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Para una sociología de la educación

Miércoles 27 de marzo de 2013, por Secretaria_Prensa

Los modelos educativos se han conformado sucesivamente, a través de la historia atendiendo a demandas de la burguesía y de la ideología

Aquí y allá, en Europa y en América Latina, se multiplican las protestas estudiantiles. La confrontación entre el sector público y el privado, el alto costo de los créditos bancarios que hipotecan el futuro de las nuevas promociones de profesionales, laceran en términos concretos la igualdad de oportunidades para el acceso a una formación adecuada, lo cual adquiere ribetes dramáticos en un panorama de crisis económica. Es la punta del iceberg de un problema que tiene raíces aún más profundas.

El proyecto de una escuela pública, laica y gratuita emergió de la revolución francesa cuando el capitalismo industrial requería fuerza de trabajo cada vez más calificada. Napoleón Bonaparte institucionalizó un sistema con una pirámide de ancha base social que concentraba en la cima la preparación de élites pensantes —la celebérrima Escuela Normal Superior—, técnicas —Politécnica, Escuela Central de Ingenieros, de Aguas y Bosques, etc.—. Se garantizaba de ese modo la reserva de cuadros para los altos cargos de la administración y de las diversas ramas de la actividad económica. Los hijos de familias pudientes concurrían a prestigiosos liceos públicos —Henry IV, Louis le Grand, Jeanson de Sailly—, donde podían coincidir con muchachos de origen más humilde. Sistema similar se aplicaba en territorios coloniales. Parecía un ejemplo de aplicación de la más perfecta racionalidad.

Sin embargo, el proceso descolonizador de los 60 del pasado siglo reveló las fisuras enmascaradas y condujo a un enfoque sociológico del problema de la educación. Se hizo evidente que los niños de procedencia árabe no dominaban el francés como lengua materna primordial. Los hijos de colonos disponían de una ventaja en el rendimiento escolar. Ante las dificultades en el manejo de la lengua oficial, los colonizados caían en la repetición de cursos y el abandono prematuro de la escuela. También en el territorio metropolitano el rasero clasista intervenía de manera dramática por dos razones fundamentales. Una de ellas, de orden económico, imponía la prematura incorporación al mundo laboral. La otra, tenía un fundamento cultural. El entorno familiar favorecía a los hijos de la burguesía en el dominio de las sutilezas del idioma, en la riqueza de información adquirida en la habitual conversación hogareña, ámbito donde el uso del libro formaba parte del quehacer cotidiano. Por implacable selección natural, solo los muy talentosos lograban salvar esos escollos.

Los modelos educativos se han conformado sucesivamente, a través de la historia atendiendo a demandas de la sociedad y de la ideología. Así, por ejemplo, en las 13 colonias norteamericanas, el puritanismo establecía, como principio de dogma, la lectura directa de la Biblia, prescindiendo de la mediación sacerdotal, por parte de los creyentes. Al mismo tiempo, para combatir el paganismo, prohibió el uso del tambor, con lo cual se cortaba de raíz la preservación del imaginario cultural para los esclavos de origen africano. En cambio, España edificó un sistema jerárquico. A diferencia de los vecinos del norte, en la América hispana las universidades se fundaron en fecha temprana, mientras la enseñanza elemental fue tardía y precaria. La fe se propagó con cierto grado de permisividad que favoreció la expansión de expresiones sincréticas.

En el mundo contemporáneo, el problema de la educación alcanza una complejidad sin precedentes históricos. Los problemas reales se enmascaran tras el empleo de una retórica asumida generalmente en términos de verdad absoluta. A diestra y siniestra se proclama la democratización del saber. Es cierto que escuelas y universidades se han multiplicado. Pero, los menos favorecidos socialmente, campesinos, obreros y marginales, tienen que vencer obstáculos cada vez mayores. Uno de ellos, evidente, es de carácter económico.

Las causas económicas y culturales se convierten en muros cada vez más insalvables que frenan la movilidad social y socavan cualquier intento de democratización verdadera. Los préstamos bancarios son paliativos ilusorios, cada vez más costosos que hipotecan el futuro de los estudiantes. En un contexto de globalización y de rápidas transformaciones tecnológicas, la situación augura un porvenir nefasto para la humanidad. Ya es palpable la erosión de las capas medias de la sociedad. La polarización progresiva del mercado laboral requiere, por una parte, una minoría con preparación sofisticada y amplias mayorías de trabajadores manuales para tareas rutinarias de baja calificación.

En estas circunstancias, los modelos pedagógicos, sin desentenderse de las exigencias de la inmediatez, tienen que proyectarse con vistas a un largo plazo. Tomando como referente básico un diseño social y humano, su elaboración requiere un análisis autocrítico con participación interdisciplinaria que supere la estrechez de los modelos y enfoques metodológicos tradicionales. Hemos padecido acercamientos conducentes a la instrumentalización del educando, dirigido hacia un ámbito laboral limitado, prescindiendo de la permanente movilidad de un universo sometido a cambios tecnológicos y económicos. El pensamiento pedagógico de orientación conductista está contaminado de una sutil influencia del pragmatismo. Para subsanar errores y definir conceptos de manera integral, es indispensable contar con la colaboración de científicos sociales y de profesionales impregnados de una esencial formación humanista. La cultura es el alma de la nación y debe constituir el hilo conductor de un programa perdurable de formación de las nuevas generaciones, dotadas de conciencia ciudadana, responsabilidad social, imaginación y creatividad.

El desarrollo humano no es resultante mecánica del crecimiento económico a nivel macro. Por el contrario, aunque parezca paradójico, la concepción económica está al servicio de un proyecto orientado a alcanzar progresivamente la plenitud de oportunidades para los hombres que están naciendo y habrán de nacer. La historia cercana ofrece numerosos ejemplos de ello. Entre los más recientes se encuentran los estallidos sociales en la Argentina y a consecuencia de la aplicación de políticas neoliberales.

La experiencia cubana merece una reflexión profunda y problematizadora que rebase los habituales referentes estadísticos. Irrepetible por las circunstancias excepcionales que la propiciaron, la campaña de alfabetización colocó la necesidad de responder a una injusticia histórica por encima de los criterios técnicos. Una modesta cartilla en manos de muchachos que, en muchos casos no habían llegado a la adolescencia, abrió la posibilidad de leer y escribir a los marginados de siempre.

Fue un acontecimiento de alcance humano al devolver la dignidad a hombres y mujeres incapacitados del ejercicio de sus derechos por su condición de iletrados. Con ello se ofrecieron oportunidades reales de acceso a una movilidad social sin precedentes. Sentó las bases para el desarrollo de un capital humano capacitado para participar activamente en planes de crecimiento económico del país. Fue un choque de culturas enriquecedor para maestros y discípulos. Los primeros descubrieron la dimensión dramática del subdesarrollo. Los hombres y mujeres curtidos en miseria y en el duro bregar se incorporaron al proceso de modernización de costumbres, formas de vida y mejorías de las prácticas sanitarias. El otro extremo, la Universidad, se reformaba. Desde el punto de vista social, el sistema de becas garantizaba la real igualdad de oportunidades, a la vez que se establecían los fundamentos de una auténtica soberanía en el universo de los conocimientos con el énfasis en el estudio de las ciencias básicas y la renovación en el campo de las humanidades.

El crecimiento acelerado de las matrículas en todos los niveles de la enseñanza, unido al salto demográfico de los años 60, precipitó una crisis en la disponibilidad de maestros y de instalaciones escolares. Como habría de ocurrir en otros momentos, hubo que aplicar medidas rápidas y de efectividad inmediata. Se construyeron escuelas en el campo y se concedió prioridad absoluta a la retención y a la promoción. Todo ello favoreció la multiplicación de técnicos y profesionales que requería el país.

Sin embargo, inscrita en una permanente dinámica social y humana, toda medida entraña la aparición de nuevos problemas. El control estadístico de los resultados carecía del indispensable análisis cualitativo. Una obra de teatro, escrita por Rafael González y llevada a la escena por el grupo Escambray a principios de la década del 80, alertaba acerca de algunas dificultades que comenzaban a manifestarse. Con una recepción entusiasta por parte del público, Molinos de viento apuntaba hacia el quebrantamiento de algunos valores, mostraba el substrato institucional del fraude y la despreocupación por el rigor en el estudio al traspasarse la responsabilidad de la promoción de los alumnos a los profesores.

Aparejado a este proceso, se fue debilitando la articulación entre el pensamiento y la investigación pedagógicas y el aparato institucional. Se impuso un involuntario pragmatismo y se cercenó el diálogo entre el mundo de la pedagogía y el de las ciencias sociales afines, sociología y sicología, sin descartar la filosofía y la valoración de la tradición pedagógica cubana de la que pueden derivarse, todavía hoy, como sucede con toda perspectiva histórica, útiles enseñanzas. En ese panorama, los procedimientos metodológicos se convirtieron en dogma. A partir de la crisis económica de los 90 se colocó en primer plano la impostergable necesidad de resistir y preservar las esencias del proyecto, entre ellas el acceso universal y gratuito a la enseñanza.

Se trata ahora de emprender el diseño de estrategias atenidas a las demandas del siglo XXI. No es ejercicio gratuito en esta circunstancia particular del análisis la extraordinaria experiencia cubana en el tiempo transcurrido desde el triunfo de la Revolución hasta finales de los 80 del pasado siglo. Pudo haber en ella errores tácticos, pero nunca se perdió la proyección hacia el desarrollo humano, sustentada en interrogantes de permanente validez: dónde estamos, qué somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. En el punto de partida estuvo la conciencia del subdesarrollo, de la pertenencia a un tercer mundo requerido de auténtica emancipación.

En Cuba, la conciencia de sí se fue configurando a través de la obra de intelectuales que comprendieron, desde fecha temprana, antes de que cristalizara la idea de nación, la geografía peculiar de la Isla, pequeña, pero situada en un importante cruce de caminos. Era, por ende, objeto de los apetitos de quienes, a ambos lados del Atlántico, comenzaban a construir las bases del capitalismo y de la modernidad. De ahí la paradoja que siempre nos ha acompañado, marcada por la desmesura entre la propia endeblez y el papel que nos ha correspondido en el plano internacional. Para diseñar destino propio y sobrevivir a las contingencias, era indispensable formular una plataforma ideológica apegada a las realidades concretas y tomar de todas partes los elementos de un pensamiento renovador. Hemos optado por un eclecticismo renuente a tentaciones dogmáticas, tendencia reconocible en los extremos más distantes de un ancho espectro político e histórico. El punto de partida, en Arango y Parreño, en Martí y en la Revolución cubana se revela siempre en una clara definición de dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. Las intermitencias en esta línea de desarrollo, cuando las hubo, respondieron a situaciones coyunturales. Pero, vista la historia como un proceso de larga duración, la continuidad parece evidente.

Hoy, el planeta empequeñecido es cada vez más interdependiente, mientras numerosas señales anuncian el peligro de un exterminio total. El apetito descomunal de un poder hegemónico exige un consumo gigantesco de materias primas no renovables, incluidos petróleo y agua. De esa necesidad dimana una filosofía que preconiza el goce del instante pasajero, anula la búsqueda de sentido de la vida y propone, de manera implícita, la edificación de una colmena universal, de estratificación inamovible, con su ubérrima abeja reina, sus zánganos y sus obreras.

El desafío es inmenso. Exige una batalla decisiva en el ámbito de las ideas y en el del conocimiento. A pesar de errores, Cuba demostró cuánto podía hacerse en este sentido. Partiendo de su endeblez y de sus reservas históricas, pudo disponer, apenas un cuarto de siglo después de la campaña de alfabetización, de un capital científico capacitado para alcanzar logros en la biotecnología y ofrecer colaboración calificada a numerosos países, todo lo cual se ha revertido en beneficios económicos y ha demostrado cuánto puede hacerse a partir de una clara definición política. Tales resultados son la mejor respuesta a las concepciones tecnocráticas de inspiración neoliberal. Sin embargo, la crisis económica que se abate sobre el mundo, repercute en nosotros e impone un análisis realista de nuestras propias dificultades, reclama el protagonismo de un pensamiento lúcido, orientado al rescate de las esencias de una tradición humanista y a la participación activa de educadores y científicos sociales, junto con todos aquellos que, en sus campos respectivos hayan acumulado un saber y una experiencia valiosa.

En el análisis propuesto, habrá de considerarse un conjunto de factores. Uno de ellos, que constituye referencia indispensable concierne a la valoración de la historia de la pedagogía cubana, así como la que corresponde a las bases estratégicas, originales y efectivas, del proyecto impulsado por la Revolución. Otro elemento a tener en cuenta, constantemente reajustado a las dinámicas de la realidad concreta, se orienta hacia las demandas de la sociedad, nunca limitadas a los requerimientos inmediatos del mercado laboral, dado que esta perspectiva reduccionista desconoce fluctuaciones y, lo más grave, desconoce las diferencias impuestas por los ritmos relativos de transformación. En efecto, los resultados de la educación se advierten en plazos que superan al decenio, mientras las modificaciones en el campo del trabajo se producen con rapidez, sujetas con frecuencia a la maduración rápida de las inversiones, al ingreso de nuevas tecnologías y a variables del comercio internacional.

Las premisas antedichas deben conducir a modificaciones sustanciales de los modelos pedagógicos existentes. La educación desempeña un papel fundamental en la formación de valores articulados a una visión del mundo humanista y afincada en las mejores tradiciones patrias. Despojada de paternalismo, tiene que contribuir a garantizar una real igualdad de oportunidades. A pesar de la positiva dinámica social impulsada por la Revolución en sus tres décadas iniciales, subsistieron desigualdades sociales de distinta índole agravadas por la crisis económica posterior. Las causas de este problema son varias, todas ellas de raíz histórica. A pesar de las medidas que se tomaron al respecto, no pudieron subsanarse las disparidades entre los territorios, definidas por Juan Pérez de la Riva como Cuba A y Cuba B. Sin duda atenuado, persistió el dramático legado de la esclavitud, remanente en términos culturales por desventajas en el entorno familiar, acentuadas por los rescoldos del racismo. Son obstáculos objetivos y subjetivos, por cuanto generan el círculo vicioso constitutivo de la denominada “cultura de la pobreza”.

Por último, urge emprender la revisión a fondo de los objetivos y métodos de enseñanza, derivados en buena medida de una concepción conductista y que se traduce en la práctica al empleo del mecanismo estímulo-respuesta carente de visión integradora.

Congruente con la aspiración emancipadora que nos anima, interviene la necesidad de sustentar una concepción educativa dirigida al desarrollo de la persona, al estímulo de capacidades latentes de creatividad, imaginación y aptitud para construir, con mirada crítica, una cosmovisión. Es la vía que favorece la construcción de un sujeto participativo, responsable y apto para integrar conocimientos mediante la interacción del ejercicio intelectual, la práctica cotidiana y las vivencias. De tal manera, puede contrarrestarse la acrecentada tendencia universal a la instrumentalización del educando y su correlato inevitable, la estrechez de miras y la fragmentada percepción del mundo. Para afrontar el reto, la ciencia pedagógica requiere la asunción de una perspectiva cultural y el apoyo de las corrientes sicológicas orientadas a los temas de desarrollo de la personalidad, estudio de niños y adolescentes y relaciones de los procesos de formación con el entorno social.

Parece utópico plantear un abordaje complejo, de alta exigencia intelectual entre tantos y tan abrumadores problemas impuestos por las precariedades de la inmediatez. Sin embargo, cuando pesaba sobre nosotros el legado del analfabetismo, Fidel señaló que nuestro futuro sería el de hombres de ciencia, sin embargo, el propósito se cumplió porque el ser humano crece ante los grandes desafíos, incentivado por el deseo de romper con la rutina del pesar. Aún cuando estamos en presencia de una contemporaneidad diseñada por el poder hegemónico del capital, ciertas señales apuntan hacia oportunidades que deben ser aprovechadas. Después del estruendoso fracaso de los tecnócratas neoliberales, en América Latina comienza a instaurarse una nueva retórica. Palabras descartadas desde la toma del poder por las dictaduras recobran sentido. Es un primer paso en un panorama todavía confuso e inestable, como lo muestran los casos de Paraguay y Honduras, donde tímidas reformas se castraron con el empleo de las viejas prácticas de los golpes de estado. Las alianzas son todavía endebles y formales. Pero la idea integracionista adquiere credibilidad. El proceso será lento y difícil, aunque en muchos terrenos se percibe la posibilidad de unir fuerzas, validar experiencias, intercambiar conocimientos, realizar programas conjuntos y articular —como lo intuyera Martí— los aportes de la ciencia de nuestros días con saberes tradicionales que han conquistado en los años más recientes una visibilidad que ilumina la redefinición de lo que somos. A esas culturas debemos en la actualidad el respeto por la madre tierra y una noción de felicidad ajustada a la plenitud del ser, posible al margen de consumismos depredadores. Porque se trata de reconfigurar un perfil humano, la clave fundamental habrá de encontrarse en la cultura.

En lo concerniente a la educación y la cultura, pobre en lo material, Cuba tiene un rico capital de experiencias e ideas. Su participación en este ámbito con vistas a la integración latinoamericana puede ser decisiva. Para que resulte verdaderamente efectiva, se requiere un intenso trabajo renovador hacia dentro, conducente a separar el grano de la paja y a reformular planteamientos ya periclitados. Contradictorio con lo que suele pensarse, solo la perspectiva de largo plazo permite viabilizar soluciones para las dificultades de la inmediatez. Postergar la formulación del horizonte estratégico implica someter los mejores logros al desgaste inexorable del tiempo y comprometer el futuro de las generaciones que están naciendo. Hay que provocar un hervidero de ideas, romper compartimentos estancos, abolir prejuicios y rescatar el prestigio de las utopías. Con distinto nombre, ellas han marcado su impronta en la historia y animaron las luchas por la independencia y por la emancipación humana.

Graziella Pogolotti