Alguien en aquél 8 de febrero nos dijo: «Los fascistas están entrando en Málaga». Nos encontrábamos en el frente de Vélez-Málaga y, la verdad, la noticia, por dura que fuera, no nos cogió por sorpresa, la esperábamos.
Desde que Estepona cayó en poder de la bestia fascista. Lo temíamos. El abandono, o lo que fuera, en que vivía aquella vasta zona de guerra, nos hacía creer que la voluntad no sería solo el arma con que podríamos evitar su caída. No se hizo caso a la alerta que con tiempo más que suficiente lanzara Gonzalo de Reparaz, maestro en estas lides: «Si Málaga cae en poder de los sublevados, la República sufrirá un duro golpe, que será bastante decisivo para el final de la contienda». No eramos ni somos estrategas, pero nos dábamos perfecta cuenta del sentimiento o intención de la frase. No se le prestó la atención debida y al mes escaso de la pérdida de la plaza esteponera,la Málaga del trabajo y de la miseria ponía colofón a sus siete meses de bombardeos, con la huida de la ciudad, en la retirada más trágica y criminal que conocemos y que, a pesar de cumplirse en estos días de su vigésimo-séptimo aniversario, no la hemos olvidado.Cuando el «sálvese quien pueda» se generalizó, las puertas de la provincia toda, les fueron abiertas al invasor y la gente despavorida buscó la única salida posible: rumbo a Almería.
Bajamos a la carretera, para unirnos a la «caravana nazarena» y quedamos de piedra ante los miles y miles de criaturas que apiñadamente poblaban aquel sector. Y los que habían pasado.. y los que aún quedaban…Un enjambre humano, donde era difícil distinguir nadie de nadie en sus muecas de dolor y cansancio: suciedad y destrozo en sus vestimentas.Se necesitaría otra pluma para describir más exactamente aquel cuadro.Muchas horas de continuo caminar, unos desde Marbella, otros desde los pueblecitos serranos de la misma capital.. Lo que nosotros presenciamos no era más que el resultado de dos días de caminata,retrato pálido de lo que en los siete días restantes se vería.
Aquella visión dantesca no se nos borrará nunca de la memoria. Y no deseamos que se nos olvide, para que así no disminuya nuestro odio a todos los culpables y cómplices de aquel enorme drama, que nunca fue dado a conocer al mundo en todas su intensidad. Juanillo, María, niños..Así siempre. Era el vocerío sordo y lleno de inquietud con que las madres continuamente llamaban a los suyos a los que trataban de no apartar un instante de su lado. Para asegurárselos mejor.
Letanía que comenzaba tan pronto la noche tendía su negro manto y que no terminaba hasta los claros del día. Temían como si un ogro invisible se los arrebatara de sus propias manos. Y es que la noche, siempre larga, en estas circunstancias doblaba las horas, y unos por ir adormilados despistábanse, otros porque el cansancio les hacía rezagarse, otros porque al menor descuido de los suyos tumbábanse en las cunetas, el caso era que continuamente se extraviaban por mucho cuidado que pusieran en evitarlo. Y no sólo los pequeños, sino personas mayores, pues también la fatiga minaba la voluntad y fortaleza de hombres y mujeres. Fueron contadísimas las familias que de tres o cuatro miembros que tomaran la salida juntos, así llegaran sanos y salvos al mismo tiempo a su destino.
La carretera hasta bien entrados los límites de la provincia de Granada, estaba sembrada materialmente de enseres domésticos. Nadie los tocaba, ni los miraban si quiera ¡para qué!, bastante peso tenían con tener que transportar su cuerpo..La málaga rebelde iba, con otros hijos de las provincias limítrofes,dejando muchos de los suyos en la carretera, destrozados por la metralla fascista. Continuos bombardeos por aire y mar a una población indefensa y quizá a la misma hora en que el Santo Pedro Pío XII recibía el mandato divino de bendecir los cañones de la reacción internacional, al mismo tiempo que la Sociedad de Naciones seguía con los ojos llenos de telarañas y los pueblos continuaban con los oídos entaponados.. Por las noches, esas mismas noches, el bufón de Radio Sevilla, el hombre que del vino hizo un culto, Queipo de Llano, distraía a sus católicos oyentes con sus macabros chistes de lo que ocurría en los doscientos kilómetros que separan Málaga de Almería.
No, no queremos olvidar, para así no perdonar a tantos siniestros actores que tuvieron un papel principalísimo en esta horrible tragedia. Los que la vivimos, tratamos siempre de revivirla en nuestra mente, aunque nos desgarre el dolor, para de esa forma ser nuestro odio más perenne. No podemos olvidar, quienes lo vimos, aquella trágica silueta de aquel carabinero joven que lanzose por los acantilados de Nerja, abrazado a sus tres hijos y que, como único descargo, hirió el espacio con un «¡No puedo más!». Luego, nos dijeron, que su mujer habíase quedado tumbada en la carretera,completamente destrozada. Recordamos, como si aún estuviera delante de nosotros, aquella otra, que con las dos mitades del cuerpo de su hijita, reía y lloraba mostrándola a los fugitivos. O aquella otra, que por otro tajo quiso imitar al carabinero yo que gracias a la coincidencia de pasar por allí, en aquellos precisos momentos, unos conocidos de Algeciras, evitaron lo que ya parecía no tener remedio.
Cada cual se distribuyó como pudo la carga preciosa de los hijitos de la gaditana.. y camino adelante. Y como estas escenas presenciamos muchas, y las que otros presenciarían. Madres que por no poder tirar más con sus tres o cuatro hijos, entregaban a quién quería hacerse cargo de algunos de ellos hasta la llegada a Almería. Quien lo depositaba en la cuneta, y esperaba que cualquier pasante se hiciera cargo de él, y entonces, con el corazón destrozado, seguía adelante con el resto de su carga. Así al menos estaban salvados todos.. después ya ella buscaría. Echaban un nudo a su corazón para buscar fórmulas que salvaran a sus hijos del nuevo Herodes, aunque fuese desprendiéndose de momento de ellos.
Aquellos aviones que no ocultaban su nacionalidad y aquellos barcos de guerra que se aproximaban cuanto podían a la costa, escogían los lugares más a propósito para conseguir el mayor blanco posible. Trozos de carretera, donde la población no tenía más remedio que aguantar,tendida en pleno suelo, pues era de todo punto imposible huir; por un lado un gran precipicio, al fondo treinta y cuarenta metros, el mar; al otro , una pendiente por la que no podían subir ni las cabras. La desmedida crueldad de los señores de la Santa Cruzada ametrallaba sin contemplaciones y cuando, aquella matanza cesaba, quien no había sido tocado, proseguía la marcha; atrás quedaban los cuerpos destrozados sobre un asfalto negro y rojo y entre los gritos de dolor de los suyos, de un pueblo que huía del terror y que pagaba caro su osadía de querer vivir más libre. A un día de terror, una noche peor. Había que aprovechar la oscuridad para adelantar tiempo. Ese tiempo que se perdía durante el día por causa de los bombardeos.
Por la noche todo era andar y andar y por el día rara vez se descansaba, con las constantes incursiones de los pajarracos fascistas. Hasta Motril, cuatro días o cinco, al hambre se pudo ir engañándola con naranjas y cañas dulces. De aquí a Almería.. agua de lluvia, la mayor de las veces. En Adra, una noche, una mujer cuyo compañero estaba escondido en Sevilla, quiso escuchar la Radio de aquella capital. El éter parecía venir envuelto en tufaradas de alcohol del parlanchín nocturno y quedaban en los rostros lívidos de los niños y hasta de los mayores que nos encontrábamos en aquel pequeño recinto. ¡Qué asco nos produjo en esa noche, viendo el aguafuerte goyesco que aquel cuadro humano parecía..! Creemos que en las mudas miradas de todos los presentes sellamos la promesa de odiarte por los siglos de los siglos. A ti y todos los de tu camarilla. A todos los del rosario y la espada que provocaron la gran tragedia española. A cuantos asesinos de un pueblo, que sólo hizo responder a la violencia con la violencia. No podremos olvidaros a ninguno de los que del grito «¡Viva la muerte!» hicieron una bandera y un lema. No queremos olvidar a cuantos hoy, por las circunstancias, se alejan del primer carnicero de la Europa actual, pero que en su día compartieron la responsabilidad de llenar el suelo íbero de sangre y los hogares de luto. No, no podremos estar nunca con ellos, porque no podremos coincidir con nuestros enemigos. ¡No queremos que vuelvan a «salvar» otra vez España».No olvidaremos jamás aquella guerra que no provocamos, ni aquella revolución de tan largo alcance. Y lo tendremos muy presente siempre.No queremos que escupan después sobre nuestras tumbas, si es que no lo hicieran sobre nuestros rostros. No podemos pasar por alto todo aquello, porque nos lo impide nuestra condición de hijos del pueblo, título estimadísimo por nosotros; lo rechaza nuestra entereza de rebeldes y nos lo condenaría nuestra dignidad moral de hombres.
Anol.Espoir. Febrero 1964
Manuel Sánchez Fuertes